Érase una vez, en un pueblo muy lejano, un granjero cuyo nombre era Julio. Este granjero vivía solo, y estaba algo desanimado porque al vivir así, tenía que encargarse el mismo de tareas tales como ordeñar el ganado, cortar la mala hierba, lidiar con las abundantes plagas que eran allí pan de todos los días, y otro sinfin de agobiantes trabajos.
Un día Julio se cansó de su deprimente condición de campesino solitario, y fué a la ciudad a vivir la buena vida, y de paso, buscar a alguien con quién compartir los años que le quedaban. Llegar a la ciudad no fué cosa facil, puesto a que carecía de un medio de transporte para movilizarse, pero luego de mucho caminar y hablar con gente extraña, Julio pudo tomar el siguiente bus, directo al corazón de la ciudad.
Al llegar a la ciudad, Julio notó el aire mucho más pesado que en su campo y su tierra natal, rápidamente se dió cuenta que esto era una clarísima consecuencia de los incontables avanzes tecnológicos y máquinas que se habían desarrollado en esa enorme ciudad. Julio, que a pesar de ser un campesino tenía una considerable cantidad de dinero, se hospedo en un hotel cercano a la terminal.
Otra de las cosas que le llamó fuertemente la atención a nuestro protágonista, fué la indiferencia con la que se trataba la gente por aquellos parajes, parecía ser que el dueño del hotel en que se hospedaba respondía como un robot, tanto a sus solicitudes como a sus quejas como a sus comentarios. Por más ilógico que esto la pareciera a Julio, el sabía que la ciudad era muy diferente de donde el vivía, y que no le tomaría mucho tiempo acostumbrarse. Además, pensó, no han de ser todos así, la gente necesita responderse de maneras algo más humanas para poder vivir con cierta tranquilidad, así que conjeturó que solamente los encargados de administrar fuentes de dinero se comportarían de aquella manera, temerosos de que alguien o algo rompa los esquemas en los que viven y les quiten aquellos papelillos verdes que tanto trabajo les ha costado conseguir.
Si, Julio no era ningún tonto y sabía que la vida en la ciudad giraba en torno a las posesiones mundanas y a proteger lo que era suyo, pero no sabía hasta que punto. De todos modos, ya era hora de dejar de pensar en eso y buscar companía, alguien a quién poder amar y compartir tanto sus ideas y sus deseos, como los dolores más punsantes, ocultos en lo más profundo de sus corazones. Pero la ciudad le parecía a Julio un lugar tan extraño e inhumano, que se preguntaba como hacía la gente para relacionarse entre si, si es que lo hicieran con un objetivo que no sea lucrar eso por lo que el trabajaba hasta hace unas semanas atrás. Fué así como Julio se enteró que en la ciudad existía otro tipo de vida en la ciudad; la vida nocturna.
En la vida nocturna, la gente hacía todo lo que de día tenían ganas de hacer y no podían, pero multiplicado por diez. Era como si sus frustraciones acumuladas desembocaran en un torbellino de lujuría, violencia y extasis junto con el ocaso. Fué así como al anochecer, Julio fué a parar a los lugares más recónditos y bizarros de aquella ciudad.
Así, Julio de vió en un antro que lo confundió bastante, era como los lugarejos que el conocía por donde vivía, con una barra, un mozo, varias mesas, y gente conversando, pero con la diferencia de que el ambiente estaba inundado por un estrepitosa música, y que encima de las mesas solo habían bebidas alcohólicas, a diferencia de los lugares a los que el acostumbraba.
Julió entonces, empezó a reflexionar. ¿Porque todos han de beber eso? se preguntó. El sabía muy bién lo que el alcohol hacía, y se pregunto si las personas que vivían allí no podrían interrelacionarse sin haber previamente ingerido de la sustancia. La idea lo asusto bastante y le dieron ganas de volver al hotel, pero no lo hizo porque no había nada que le indicara que sus pensamientos fueran 100% certeros.
Se sentó en una mesa e hizo lo que todos, pidío una bebida alcohólica con un nombre extraño.
Tomó la bebida de a sorbos, ya que la encontraba completamente desagradable, y al terminar, fijó sus ojos en una mujer con una bella apariencia, con un verde brillo en sus ojo y facciones que se asimilaban mucho a las de un niño de jardín de infantes.
Se preguntó como haría allí la gente para comenzar a hablarse, el, en su pueblo, no tenía problemas de ese tipo ya que era un lugar muy pequeño y la mayoría de la gente se conocía muy bién, y bastaba un amistoso saludo para iniciar una reconfortante conversación, pero esto era diferente.
La bebida alcohólica la le estaba surtiendo efecto y el lo sabía, sin embargo no era nada como para olvidar completamente lo que implicaba hablarle a una extraña en un lugar desconocido, pero sabía que si había que aquel era el momento más oportuno, ya que ella estaba sentada sola y sin companía, al igual que el.
Se sentó a su lado, se disculpó (más adelante se daría cuenta que ese fué un pequeño paso en falso), y le pregunto por un lugar que había oído mencionar en una conversación ajena, un lugar que parecía estar no muy lejos de ahí.
La mujer río adivinando sus intenciones, le dijo que no sabía nada acerca de ese lugar y se presentó. La conversación que le sucedió a ese acontecimiento fué tan estereotipada, que le recordaba a Julio a varias películas que el había visto.
Finalmente Julió, frustrado, pensó que quizá eso no era para el; saludó a la mujer, y se retiró del lugar.
Al día siguiente nuestro protagonista volvía a su campo, cerca de su pueblo, habiendo aprendido una valiosa lección. La ciudad es un nido de robots, de humanos condicionados a perder toda su naturaleza y buscar cosas que no sirven más que para ser poseedor de las mismas. Todo en son de tener a todos los engranajes de una gigantesca máquina funcionando.
El prefería ser un tornillo solitario y perdido que una enorme palanca girando, girando y girando.
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